lunes, 10 de marzo de 2008

Tonta

No fue porque su mejor amiga no se lo advirtiera:

- ¡Pero si ya lo conoces, tía! Te va a engañar, te va a utilizar y luego se va a olvidar de ti, igual que la última vez. Y entonces vendrás a llorarme.

Ella le dio la razón, entre sollozos, impregnando las palmas de ambas manos con el calor de la taza de café.

- Pasa de él. Como si no existiera. O mándalo a la mierda. Ya sabes lo que quiere de ti. En cuanto lo consiga, adiós muy buenas. ¿Acaso has olvidado la humillación, la rabia…?

Y ella dijo sí, sí, sí, si lo sé, si es verdad, hasta aquí hemos llegado, soy una tonta pero no tan tonta, ya no más, ni pensarlo.

Ah, y sin embargo cuando salieron de la cafetería y se despidieron en la plaza con un abrazo de viejas camaradas en desgracia sentimental, cuando cada una tomó su propio camino, él estaba allí esperándola. Una sonrisa honesta en la boca y la mirada directa a sus ojos, como un niño que jamás aprendió a mentir.

No pudo resistirse: echó a correr hacia él y lo pasó de largo. Se lo encontró una y mil veces más, sonriéndole en cada esquina de cada calle, hasta que llegó al colegio electoral y le votó, ciega de pasión.

Por Alejandro Romero

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